sábado, 4 de mayo de 2013

Los Vys

En un mundo donde el tiempo es perezoso y los cambios se hacen de rogar las diversiones están casi extintas y las aventuras son cuentos de hadas. La vida de los árboles es efímera y los años pasan cual horas para ellos; los Vys. Diminutas criaturas que viven en los árboles, ríos, cuevas, valles y montañas de ese mundo aislado en el que viven.

Pero el presente de los Vys es poco interesante. Se pasan el día dejándose arrastrar por una pesada rutina que cada día los aburre más y más, consumiéndolos por dentro. Ellos saben que ya no tienen futuro, ya hicieron todo lo que podían haber hecho por el universo y el tiempo de su raza se ha acabado. Sí, aún quedan retazos de la gran especie que fueron y leyendas e historias que narran sus aventuras. Pero saben que ya no habrá más. El libro que narraba todo aquello cerró su tapa hace tiempo, y las generaciones que nacieron de esos héroes han quedado resignadas a la decadencia en la que viven. Así que no tiene mucho sentido perder el tiempo explicando su presente o su futuro, sino su pasado...


Cuando la raza era joven, cuando todavía no se había estrenado, todos buscaban lo mismo: la evolución. Querían cambiar y ser parte de los cambios, querían aprender a hacer lo imposible y saber la razón de ser del universo. Eran como niños, deseosos de descubrir el mundo. Y así lo hicieron.

Al principio, como cualquier otra raza, tuvieron que aprender a organizarse entre ellos y formar comunidades diferentes. Se elaboraron leyes, se desarrolló la cultura y el arte... La ciencia avanzaba a pasos agigantados. Y como cualquier niño que se precie, empezaron a soñar con lo que había más allá de lo que sus ojos podían contemplar, empezaron a soñar con viajar por el universo.

Con ese propósito construyeron naves espaciales, cohetes, transbordadores y demás artilugios de lo más útiles para una vida fuera de su mundo. Pero los Vys son una especie diferente, y como tal, hacían las cosas de un modo un tanto inusual.

Ellos no necesitan de ningún generador para poder utilizar la energía que fluye entre nuestros dedos, que atraviesa nuestros corazones, que viaja por el tiempo. Un lazo es suficiente para que trabaje para ellos. Es la fuerza que mueve el mundo, la que da calor al planeta, la que hace que los seres vivan.

De esa manera llegaron muy lejos y aprendieron muchas cosas. Cada vez hacían viajes más largos y a lugares cada vez más lejanos, hasta que se encontraron cara a cara con la nada. Una nada inmensa que descubrieron rodeaba el universo tal y como lo conocían. De todas partes les llegaron los descendientes de los primeros astronautas enviados al espacio con la misma noticia preocupante: el universo se estaba contrayendo.

Al principio de las eras se expandió terriblemente, y ahora, al parecer, regresaba a su tamaño original. Ellos estaban muy preocupados, pues con lo longevos y avanzados que eran estaban seguros de que verían su final dentro de unos cuantos eones.

Empezaron a investigar y supieron que la velocidad iba en aumento, era una contracción progresiva.

Cada vez más preocupados por la inevitable catástrofe los Vys estaban en un estado de alerta máxima. Tenían pesadillas en las que el universo se hacía tan pequeño que los aplastaba a todos y se destruía a sí mismo como un ave fénix en busca de la perfección.

Debían hacer algo para restablecer el equilibrio.

Finalmente, un día cada comunidad de Vys se reunió, cada una en una zona diferente de su pequeño planeta, cada individuo aportando su granito de arena por una causa que los superaba a todos ellos, y lo sabían. Cada uno fincó sus manos a la tierra, levantó la vista al cielo y abrió sus sentidos al universo. Cada uno dejó su mente en blanco y levantó su alma hasta casi desprenderla de su ser. Cada uno cantó en la letanía su pesar, su dolor, su tristeza y preocupación y descargó toda la energía que encontró para intentar arreglar un problema que no habían causado ellos.

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