martes, 5 de agosto de 2014

Capítulo 4 - Verdes ojos


Llevaba días observándola, acechándola, desde las sombras. Se sentía como un espía o algo parecido, siempre intentando no llamar la atención y manteniéndola en su punto de mira. Observaba con atención cada gesto reflejado en sus facciones, como leyendo un nuevo lenguaje, aprendiendo los símbolos que luego le ayudarían a entenderla.

Así pasaron los días, tan ensimismado en cada nuevo rictus que percibía en ella, que ni se daba cuenta del paso del tiempo.

Un día incluso pensó que lo había visto. Estaba andando por la calle, tras ella, pero a una distancia prudencial, cuando notó cómo se le tensaban los músculos. Se paró y parecía que agudizaba el oído. Giró lentamente la cabeza y miró de un lado a otro con esos ojos azules y profundos. Deron logró zafarse de su escrutinio por los pelos. Y por suerte para él, Uriane prosiguió su camino enseguida.

A partir de entonces empezó a ser más precavido en sus observaciones, pero ese presentimiento de que ella podía percibir su presencia por más cuidado que tuviera no lo dejó en ningún momento.




— Hacía tiempo que no te veía, Neirul —dijo en cuanto notó su presencia unos metros pordetrás de él—. Pensé que por fin te habías olvidado de mí.

— Eso nunca —Deron supo que una de sus características sonrisas había aparecido en su rostro, a pesar de que no se había girado en ningún momento—. Pero siempre hay cosas más importantes que atender.

Le hizo gracia ese último comentario y no pudo evitar una media sonrisa.

— Pero no creas que no sé qué te traes entre manos —le advirtió—. Ten cuidado, Deron, porque ella no es el tipo de chica que caería rendida a tus pies y te confesaría todos sus secretos.

La sonrisa que había hecho amago de aparecer ya estaba completamente extinta.

— No es exactamente lo que planeo.

— ¿Y se puede saber entonces qué es lo que intentas conseguir acercándote a ella? —dijo con un deje de suficiencia en la voz.

— Lo que no sé es qué intentaría conseguir si no lo hiciera —contestó imperturbablemente—. Por si no te has dado cuenta, esta es la única manera.

— Quizá tengas razón —admitió ella, pero aún con un tono de escepticismo que Deron no supo interpretar.

Entonces se giró hasta estar frente a frente con Neirul.

— ¿Qué piensas que debería hacer pues? —dijo como retándola.

Neirul se encogió de hombros con una sonrisa y desapareció.

Como iba siendo costumbre, la charla con ella se le antojó insatisfactoria y se alejó del lugar algo desorientado por sus palabras.





Así fue como volvió a encontrarse con Uriane. Más decidido en avanzar con su plan tras la desconfianza de Neirul, se dirigió al parque en el que se habían encontrado por primera vez. La vio absorta dibujando en su cuaderno, como solía hacer todas las tardes, y se acercó a ella, por primera vez en mucho tiempo, sin sigilo, dejando que sus pasos resonaran en el cemento del camino, que sus pies rompieran las frágiles y secas hojas que caían de los árboles en otoño y sin ocultar su intención de ir hacia ella.

Vio cómo Uriane alzaba la vista y lo miraba algo sorprendida y también recelosa.

Deron hizo el esfuerzo de esbozar una sonrisa y siguió andando hasta estar frente a ella. Uriane alzó la cabeza para mirarlo a los ojos pero no dijo nada.

— Hola —dijo Deron en un intento de romper la tensión.

— ¿Por qué estás aquí? —preguntó Uriane a bocajarro.

Deron amplió su sonrisa y se sentó a su lado, a lo que Uriane reaccionó alejándose de él y cerrando rápidamente su cuaderno de dibujo. Recogió los materiales enseguida y se levantó, pero Deron no podía dejar que se marchara. Agarró su muñeca y con un estudiado gesto logró ponerla frente a él. A tan poca distancia la diferencia de altura era notable y eso hizo que la figura de Uriane no resultara tan imponente. Pero esa sensación solo duró hasta que sus ojos se encontraron, pues los de ella emanaban tal fuerza que era capaz de sobrecoger al imperturbable Deron.

— Suéltame —dijo ella con una determinación que no parecía sentir.

Deron lo hizo, pero ella no se apartó, lo que él usó para su propio beneficio. Acercó sus labios a su oído y le susurró suavemente;

— Te he echado de menos.

Entonces por fin se apartó de él.

— Ni siquiera me conoces.

— Pero me gustaría hacerlo —ella seguía recelando de sus palabras, intentando descubrir qué intenciones ocultaban—, si me lo permites —añadió finalmente.

— ¿Y qué harás sino? —preguntó tras unos momentos de indecisión.

— Sé que sueles venir a este parque —le respondió con una sonrisa.

— Puedo cambiar de parque.

— Pero sé que no lo harás —y Uriane sabía que tenía razón.

— ¿Qué quieres? —lo miró como tratando de leer la respuesta en sus ojos.

— ¿Qué crees que quiero? —la retó con la mirada.

Ella se acercó como enfada y se puso de puntillas en un intento de parecer más alta para intimidarlo.

— Mira —le señaló con el dedo índice—, no me gustan tus maneras, ni tus palabras, ni tus gestos, y no me gustas tú. Así que ya puedes ir haciéndote a la idea de que ni tus verdísimos ojos ni tus sensuales labios tienen ningún efecto sobre mí.

— ¿Acabas de llamar sensuales a mis labios? —preguntó Deron riéndose por dentro.

Y Uriane no pareció darse cuenta de lo que había dicho hasta ese momento. Deron vio cómo enrojecía y se daba la vuelta para irse. En ese último arranque de furia retenida se le cayó la carpeta en la que llevaba el material de dibujo al suelo, haciendo que todo su contenido se desparramara.

Deron acudió enseguida a ayudarla y aprovechó su distracción para apuntar su número de teléfono móvil en una página con un dibujo a medio terminar de su cuaderno de bocetos. No sabía si llegaría a velo siquiera, pero menos era nada.

Uriane no lo miró en ningún momento y retomó su camino a paso rápido en cuanto pudo.





Ese encuentro había dejado a Uriane completamente desorientada. Horas después aún seguía recriminándose por su estupidez, ¿cómo podía haberle dicho eso? Cada vez que lo recordaba rezaba porque la tierra la tragara y sentía ganas de darse de golpes contra la pared. Necesitaba quitarse el tema de en medio de una vez, porque tenía la cabeza hecha un lío, y para ello la mejor medicina era Julene.

— No me lo digas, has vuelto a ver a Deron —respondió su amiga al primer pitido. A veces dudaba de si tendría poderes adivinatorios o un octavo sentido.

Uriane se quedó muda.

— Lo sabía —comenzó Julene—, tienes que contármelo todo. ¿Dónde ha sido?

— En el parque —respondió Uriane automáticamente—. Julene, ha sido tan, tan extraño.

Su amiga estaba expectante, a la espera de lo que Uriane podría decir.

— Estaba ensimismada dibujando, como siempre —empezó—. Y entonces sentí que se acercaba a mí. Lo digo en serio, ¡lo sentí! Alcé la mirada y ahí estaba, andando hacia mí con una sonrisa en la boca.

— Pues tuvo que ser una fuerte sensación, para arrancarte de tu dibujo —Julene no estaba bromeando.

— Me quedé como en shock, no sabía qué decir, qué hacer, ni qué cara poner.

— No me extraña, llevaba sin aparecer una semana, ¿no?

— ¡Sí! —exclamó Uriane—. Y llega, se pone delante de mí y dice "hola". Así, como si fuéramos amigos o algo así.

Julene no pudo evitar reírse,

— ¿En serio dijo "hola"? —preguntó entre carcajadas—. ¿Y qué le respondiste?

— Pues ahora mismo no lo sé —lo cual no era realmente cierto, pues recordaba la conversación con una nitidez increíble—. El caso es que entonces va y se sienta a mi lado. Y yo intentando cerrar mi bloc de dibujo para que no lo viera.

— ¿Estabas dibujando sus ojos otra vez? —preguntó Julene, probablemente con la boca abierta al otro lado del teléfono.

— Pues sí —admitió Uriane—. ¿Te imaginas que los hubiese visto y reconocido?

— Qué vergüenza... —comprendió Julene.

— Pues no es lo peor.

— Cuenta, cuenta —reaccionó ella.

— En cuanto se sentó empecé a recoger mis cosas y me levanté. Pero entonces me agarró de la muñeca, y no sé ni cómo, de repente estábamos frente a frente mirándonos a los ojos. Te juro que sentí un escalofrío, Julene.

— ¿Y qué pasó? —preguntó intrigada.

— Le dije que me soltara.

— ¿Y te soltó?

— Sí... —respondió Uriane dubitativa.

— ¿Qué ocurre?

— Me soltó... —comenzó a contar, pero no pudo proseguir de la vergüenza que le daba, así que cambió de táctica—. Fue tan extraño, Julene. Él estaba ahí diciéndome que me había echado de menos, que me quería conocer... Pero había algo en su mirada que no me suscita ningún tipo de confianza.

— Qué romántico... —suspiró Julene.

— ¿Has oído lo que acabo de decir?

— La verdad es que me he perdido en lo de que te había echado de menos... ¿Tienes su número siquiera?

— Julene... no quiero conocerlo, ni siquiera quiero estar a menos de veinte metros de distancia de él.

— ¡Pero si se ve que le gustas muchísimo!

— Yo creo que hay algo más Julene, algo sospechoso...

— Estás paranoica —la cortó su amiga.

— Que no, Julene

Mientras lo decía abría su cuaderno de bocetos para revisar los últimos dibujos que había hecho. Todos ellos eran los increíbles ojos de Deron. Había empezado a dibujarlos unos días más tarde de conocerlo, después de que sus escrutadores ojos la visitaran en vívidos sueños que la desvelaban por las noches. Y entonces, en una de estas páginas vio una serie de números escritos con una impecable caligrafía. Debajo estaba escrito el nombre de Deron.

— ¿Uriane?, ¿sigues ahí? —ella se había quedado completamente muda—. ¿Qué pasa?

— Acabo de encontrar su número de teléfono escrito en mi cuaderno de dibujo —dijo todavía algo estupefacta—. ¿Cuándo ha podido escribirlo? —dijo más para sí que para aquella que estaba al otro lado de la línea, entonces cayó en la cuenta—. Cuando se me cayó la carpeta... —dijo casi en susurros.

— Tienes que llamarlo —la sacó Julene de su ensimismamiento.

— No pienso hacerlo —negó Uriane con rotundidad.

— ¿Y si no lo haces y no vuelves a verlo?, ¿no te arrepentirías de no hacerlo? —preguntó Julene en un intento por convencerla.

Uriane estaba ya bastante harta del tema, solo quería irse a la cama y rezar por no soñar con sus verdes ojos.

— Dejemos el tema, Julene, estoy cansada —admitió Uriane.

Se despidieron y Uriane por fin se acostó, rodeada por todos sus dibujos no le fue difícil conciliar el sueño. Pero la imagen de sus ojos quedó grabada en su mente hasta mucho después de haberse quedado dormida.

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